Una ventana al cielo...

Desde muy pequeñita Manu fue una romántica empedernida aunque a sus amigas las contara que ella de mayor quería ser paracaidista, algún sentido tendría estar un poquito más cerca de las nubes además de hacerse la valiente, alejarse de todas aquellas realidades que la hacían perder la percepción de los límites del respeto. Lejos de la tutela de sus padres, Manu había sido educada desde la obediencia, obediencia y respeto fueron dos palabras que caminaron confusas a su lado mientras crecía. Ello provocó en Manu cierta rebeldía, un ejercicio de supervivencia para saborear lo dulce y lo amargo.



Solía cantarle a la luna apoyando la sien en la ventanilla cuando viajaba en el asiento trasero del coche que conducía su papá, como a ella le gustaba definir "el mejor piloto del mundo". Cuando "manazas" la atrapaba, así solía llamar su abuelo al sueño, se tumbaba con las rodillas encogidas vislumbrando el salpicadero lleno de lucecitas y si guiñaba un ojo, realmente parecía algo mágico. No precisaba ver el gesto de su madre mirando hacia atrás, ella lo identificaba tan pronto el volumen de la radio descendía y así se quedaba profundamente dormida entre los murmullos de papá y mamá hablando de conversación. No existía nana que superara aquel arrullo... las voces de papá y mamá. Allí atrás estaba a salvo. Si levantaba la vista al cielo de día... quedaba cegada por la luz, de noche... sus pupilas se agrandaban curiosas a la oscuridad. Curioso ejercicio de supervivencia para saborear la luz y la sombra. La vida.

Y en estos pensamientos ronroneaba Manu su almohada aquel atardecer mientras observaba a su pequeña en un ademán terriblemente familiar que la regresó a su niñez. De puntillas asomada al mundo!

Cuando eres pequeño, la altura parece que te da un poder inmenso y me reconozco viéndote ahora espiar de afuera hacia dentro. Recordé cuando estiraba el cuello y me ponía de para tratar de conquistar todos los olores del mundo con mi nariz y también cuando conseguía llenar de vaho los cristales para transcribir las palabras que salían de mis dedos. A veces, dibujaba una cámara y observaba el cielo a través de mi ventana, me fascinaba ver cómo cambiaba de color y de olor, llegué a tener una variopinta colección de tarritos de vidrio, cada uno con su propia identidad: luna, hierva, sol, nube, viento, lluvia, grillos, estrellas, ranitas, mamá, árbol, limpio... tantos como fragancias que iba descubriendo en la luz de mi abstracta lente.


Fui ganando centímetros a mi estatura hasta que un día sin apenas darme cuenta conseguí abrir la venta por mi misma... adoraba apoyar mi barbilla sobre los brazos en cruz en el marco, descubrí otro cielo, más real, el tendal de la ropa con olor a jabón de Marsella justo debajo, un depósito de agua no muy lejos, el bosque, los surcos de un reducido huerto. Siento nostalgia por mis frasquitos de esencias y de cómo las encerrara en el cristal. Poco a poco las fui liberando y ahora, cierro los ojos para absorber el olor de cada momento, en definitiva... otra forma de mirar. Sentir.

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