364 bolitas de tierra...
Manu tuvo casi que literalmente tumbarse
para sacar aquella vieja caja de latón de debajo de la cama. Luego, sentada en
el suelo, estiró las piernas y sobre el regazo ubicó aquel tesoro. Al abrirlo
la estancia se envolvió de olor a celulosa, a goma, a perfume oxidado… revolvió
entre un montón de cartas amarradas con un cordel, regalos, notas, fotos
y entonces, encontró aquel collar. Lo apretó fuerte entre sus manos y se lo
acercó al pecho.
A tan sólo una semana vista de su viaje,
Manu necesitaba recordar, como aquel día que Luis y ella remontaran la cumbre
más alta de la Sierra, un paraje maravilloso. Luis le había descubierto tantos
sitios a Manu. Desde cualquier punto donde Luis la llevara, se podían ver los
cuatro puntos cardinales del planeta escritos en las nubes. Tenían por
costumbre tumbarse al sol o ir apagando las estrellas de una en una como quien
sopla velitas en su tarta de cumpleaños, la cosa es que Manu siempre pedía el
mismo deseo y siempre se le quedó la duda, como cuando niña, de si alguna se
quedó encendida.
Manu llevaba una vida bastante programada
hasta que Luis irrumpía en su camino. De pequeño, picaba en su ventana con
guijarros, los mismos que llevaba al río para mostrarle a Manu que era todo un
especialista haciéndolos saltar sobre la superficie; de adolescente y de la
mano con Luis, Manuela descubrió días de incertidumbre a su lado con el cosquilleo
de la improvisación, una aventura diaria conquistando el atlas de la ilusión;
cuando a sus 40 años regresara al pueblo a pasar unas vacaciones, Luis le
desveló a Manu el secreto de los silencios que matan y ahora, 15 años después,
corría a su encuentro con el firme propósito de explotar las madrugadas a su
lado, disfrutar muchos desayunos mientras desnudaban el aire y el horizonte se
iba cuajando de luz.
Fue una tarde de primavera que Manu estaba
atascada con su trabajo y le pidió ayuda a su amigo. Ella sabía de su destreza
con aquel programa informático y tuvo que vencer más de un obstáculo para
solicitar su auxilio pues a Manu le gustaba ser autosuficiente y odiaba
molestar a la gente innecesariamente. También Manu asumía que con poco esfuerzo
para concentrarse podría resolverlo pero lo cierto era que necesitaba ver a
Luis.
Ceñida al torso de su amigo mientras
embutía la nariz en su cuello, Manu dijo: ¡Qué bueno es abrazarte otra vez y
qué bien hueles!
Luis fue rápido: Pues sí que huelo bien,
sí. Y ambos se emborracharon de carcajadas. Vamos, tengo la oficina
preparada al sol. Luis tiró del brazo de Manu y ella le retuvo un instante.
¿Al sol? Luis, no pretenderás que vaya así… le decía Manu con ojos traviesos apuntando a sus sandalias… ¡Mírame! ¿Cómo
no me avisaste? Si es que soy una ingenua, ¡cómo iba a imaginar una tardecita
tranquila frente a un escritorio contigo! ¡Espera!
Manu abrió la puerta del maletero y se
enfundó sus viejas katiuskas. Emprendieron el ascenso entre árboles hasta
llegar a una preciosa loma. Luis generalmente iba 20 pasos por delante y a
voces iba dirigiendo a Manu, ella sonreía y le dejaba disfrutar de aquella
faceta exploradora que le caracterizaba, nadie gozaba tanto dando sorpresas
como Luis cuando adoptaba esa actitud. Manu le percibía radiante y a gusto
consigo mismo y ella, había descubierto una manera diferente de ver las cosas
gracias a él.
La panorámica era espectacular. Manu tuvo
la sensación de estar soñando y las voces de Luis la hicieron reaccionar. ¡Manu,
corre, ven! ¡Miiiiira! Un enorme arco-iris les recibía. Manu sentía
fascinación por el color y en voz alta manifestó: ¡Cómo es posible que un
pedazo de aire sea capaz de tener colores!
Llegaron hasta el campamento base. Luis lo
tenía todo previsto. Rápidamente se sentó y extendió sus brazos para que
Manuela se acomodara junto a él. Encendió el ordenador y regaló un efusivo beso
a Manu en la mejilla. Se concentraron. Manu le escucha con suma atención, tanta
que Luis para asegurarse que no se abstraía, a cada poco la interrogaba con un ¿Me
copias? Había resol, así que Luis improvisó una tienda de campaña para
refugiarse de la luz. Manu sonreía y recordaba sus construcciones con un trozo
de plástico y palitos, fueron años de dulce inocencia. Luis no había cambiado
nada. Y seguramente ahora tampoco, en una semana lo comprobaría.
Regresó a aquella tarde con facilidad y
casi podía sentir el dolor de brazos después de un par de horas en la misma
posición. Tenía aquel momento grabado en la memoria. Y bien Manu ¿te queda
claro? Sabes que puedes preguntarme tantas veces como quieras ¿de acuerdo?. Ella
repuso: Lo sé.
Hubo un pequeño silencio y Manuela se giró
hacia él para preguntarle: Dime Luis ¿alguno de tus sueños fue tan real como
éste que vivimos? Y entonces Luis empezó a hacerla cosquillas mientras
argumentaba: Uy yu yuy… qué miedo me das con esta faceta tuya interrogativa,
te veo venir…
Aquella tarde de primavera junto a aquel
camino santo, Luis la regaló 365 bolitas de tierra con las que Manu confeccionó
un collar, el mismo que ahora tenía entre manos y manipulaba como si de un
rosario se tratara. Una bolita por día o como él la explicara “un pase diario
para viajar alrededor del sol durante un año”. De vuelta a sus
pensamientos, Manu sentía los nervios en el estómago y había muchas
probabilidades que fueran incrementado en los próximos siete días. Ella que se
había aferrado a vivir en el tiempo presente, en el ahora… y en cambio ahora,
en su más absoluto presente tenía claro que si tuviera que hacer un pacto, lo
haría con el tiempo y le pediría vida, vida para abrazar a sus padres otra vez,
para seguir luchando por su sueño, vida para avanzar con esperanza y
ayudar a cuantos lo necesiten, vida para no perder el tiempo en discusiones,
para bailar, vueltas y vueltas sin parar para celebrarlo todo… como cuando de
pequeños a Luis le parecía que la melena de su compañera de juegos volaba
incluso cuando el aire respiraba calma y creía que aquella cabellera podría
desatar una mágica tormenta. Y si por un casual intentaba armonizar todo aquel
revuelo con sus manos, Manu se giraba algo arisca y le decía:
Pero Luis ¿qué haces? ¿No ves que vas a
espantar las mariposas que se prendieron de mi pelo?
Manu recordaba como Luis se quedaba sin
respuesta, a esa edad los niños no entienden muchas cosas de niñas, sólo le
provocaban risas aquellas reacciones.
Sí, al tiempo le pediría vida para escribir
su historia, la de una vida que siempre quiso vivir sin arrepentirse de sus
decisiones. Su vida.
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Me encanta que te asomes a este rincón ... saber que a todos nos gustan las cosas que tocan el corazón! Gracias por recrearte un poquito conmigo ...